No fue tan traumático el viaje. No como esperaba. Tal vez porque tenía tantas ganas de estar allá que no me importaba lo que tenía que hacer. Pero mentiría si dijera que no sufrí. Temblé hasta que subí al avión (con 20 minutos extra). Sudé como nunca mientras el avión hacía cola antes de despegar. Se me cruzaron mil ideas por la cabeza, hasta sentí ganas de morir con tal de no pasar eso sola. Supe que tenía que gritar que quería bajarme o aceptar que mi destino era chocar en el aire con otro avión. Me consoló pensar que lo peor que me podía pasar era morir, pero iba a ser una muerte copada. Pero despegamos, no chocamos con nadie y miré la ciudad alejarse lentamente con una mezcla de nostalgia, miedo y felicidad. Pero mi cabeza no paraba un segundo. El asiento de al lado mio estaba vacío y en el pasillo un viejo que olía muy mal y me miraba muy mal. Tal vez se dio cuenta de que contenía la respiración. Y me vengué cuando el señor piloto dijo que si mirabamos el horizonte se podía ver Venus, no lo dejé mirar por MI ventana. Y eso de Venus fue un flash. Podría haber sido cualquier cosa, pero yo estaba fascinada pensando que ahora conocía un planeta más. No se cuantos planetas conozco, pero ahora conozco Venus y eso era lo único que me importaba. Y todo iba muy bien, estaba tomando una coca, comiendo un alfajor, tranquila, pensando cómo iba a hacer para grabar todos los pensamientos geniales que estaba teniendo y no podía compartir con nadie. Y me pregunté si las azafatas harían un curso intensivo de guardado de equipaje en el cosito de ahí arriba, porque te miran con cara de que sos un tremendo pelotudo y ella en un segundo soluciona todo, como un tetris, no se como hacen. Y yo no era nadie ahí, nadie me conocía, nadie sabía adonde iba (bue, si, sabían donde iba el avión) pero no les importaba mi vida ni si la estaba pasando como el orto. Y el piloto no tiene mejor idea que empezar a hablar, contar a cuantos metros ibamos y yo solo escuché bla bla bla TURBULENCIA bla bla. WHAT? TURBULENCIAS?. Se me fue toda la calma y saqué la cara fingida de que estaba re acostumbrada a volar sola y que era solo un trámite y entré en pánico. Quise twittear, porque me acordé de un caso donde una mina había twitteado que habían secuestrado el avión y por eso se salvaron. Pero no se me ocurrió una sola cosa para escribir, tenía que despedirme de mucha gente si iba a morir, así que preferí intentar dormir. No funcionó, obvio, mi cabeza iba a mil, me ajusté muy fuerte el cinturón y confié en Nacho que dijo que los que siempre sobreviven son los que van en la cola, y mi fila era la anteúltima. Habrán pasado 15 minutos y de nuevo el tururún de que van a hablar. Tardó un segundo, y fue el segundo más eterno del mundo. Estaba lista para que soltaran las máscaras de oxígeno, había prestado mucha atención a la explicación así que la tenía más que clara.
En fin, no pasó nada, era para avisar que habíamos llegado. Así que genial, se terminó el sufrimiento y empezó el momento de disfrutar. Obviamente re disfruté mi estadía, no hace falta que lo aclare. Pero tuve que volver y estaba segura de que se venía la peor parte. No quería irme, no quería subirme a un micro, no quería tener que despedirme, no quería nada. Pero obviamente pasó. Y esta vez pude twittear por las dudas, pude aprovechar la tecnología al máximo. Pero no podía dormir. Después de cenar pusieron una película del orto. El protagonista estaba bueno pero tenía 16 y estaba Pierce Brosnan, pero era un centauro. Así que nada, incliné mi asiento al mango, me puse medias, me tapé con la frazadita y no reprimí lo inevitable, maquinar hasta quedarme dormida. Cuál es el sentido de pensar tanto todo? Estaba un toque en crisis. Pero me calmó ver que la mina de la fila de al lado (dicho sea de paso, hiper densas las dos, no pararon de hablar y reírse y moverse) acomodó el apoyapiés horizontalmente. Era una gran noticia, iba a dormir como un champion. Pero claro, tardé todo el viaje en entender cómo se acomodaba. De hecho nunca lo entendí, cuando no se caía para un lado, se caía para el otro, me golpeaba la rodilla y hasta se me cayó de lleno en el empeine del pie y no grité porque estaba la luz apagada. Pero flashé que me había quebrado hasta la cadera y como soy tan masoquista, tuve que elegir ese momento para ir al baño. Pero estaba segura de que había alguien y que estaba tardando mucho. Escuchaba que tiraba la cadena y nunca salía. Esperé más de una hora, conté 13 tiradas de cadena y sufrí pensando que cuando saliera iba a tener que entrar yo y eso no era una buena noticia. Por suerte, alguien tuvo ganas de ir al baño antes y como si nada, abrió la puerta y entro, no había nadie. Y yo me sentí la más pelotuda, menos mal que todavía no inventé el grabador de pensamientos y nadie se enteró.